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Paz y Conflicto en el Siglo XXI


Prefacio

Este libro fue escrito con el propósito que el mismo fuese utilizado como texto para el curso de “Teoría de las Relaciones Internacionales” en la escuela de Ciencia Política de la Universidad de San Carlos de Guatemala de la cual era docente y como una gran contribución a la enseñanza universitaria por parte del Instituto de Relaciones Internacionales e investigaciones para la Paz (IRIPAZ) del cual el autor fungía en ese entonces como director.

Agotado el texto, las frecuentes ocasiones en las cuales estudiantes, ex alumnos o profesores amigos preguntaron por el texto original fueron decisivas para lanzarnos a preparar esta nueva edición.

Sin embargo, el transcurso del tiempo ha producido en el escenario internacional cambios de tal envergadura y dado lugar a situaciones absolutamente inéditas de modo tal que –a pesar de que hemos introducido algunos señalamientos aclaratorios en citas de pie de página y en algunos casos en el texto mismo- se impone decir algo acerca del nuevo escenario internacional ahora que inicia el siglo XXI no sólo para dar un mejor contexto a la lectura de un libro que si bien no ha perdido su vigencia –porque los grandes paradigmas de las relaciones internacionales como el idealismo, las aproximaciones científicas y el realismo permaneces vigentes a pesar de los avatares de la historia- habría que reconocer que la realidad contemporánea es tan compleja que sin hacer algunos comentarios y observaciones generales respecto a los cambios ocurridos en estos años, la interpretación de algunos de nuestros planteamientos podría prestarse a confusiones ya que lo que ha cambiado significativamente, entre otras cosas, es la forma de cómo los gobernantes se sirven de los planteamientos teóricos en sus diversas acciones de política exterior de manera sorprendente y con resultados muchas veces opuestos a los que se esperaba obtener.

Quién hubiese podido imaginar, por ejemplo, que lo que Bush padre hizo a principios de la década pasada, la operación militar de peace enforcement tormenta del desierto la cual con la autorización de Naciones Unidas –y por ende dentro del marco del paradigma idealista ya que buscaba restituir la soberanía e integridad territorial de Kuwait uno de sus estados miembro –iba a ser repetido por su hijo, pero de manera unilateral (sin la autorización del Consejo de Seguridad) y utilizando justificaciones ideológicas iniciales de tipo realista (evitar los desequilibrios regionales que hubiese podido provocar un Saddam Hussein poseedor de armas de destrucción masiva) justificaciones que posteriormente fueron modificadas –cuando se comprobó que era falso que Irak tuviese ese tipo de armamento –alegando que Estados Unidos en realidad pretendía establecer un sistema democrático de gobierno en Irak como la mejor manera de presentar un modelo de modernidad y de paz para el medio oriente, con los resultados patéticos que saltan a la vista.

Tampoco era del todo previsible que el auge portentoso del fenómeno de la globalización que trajo consigo entre otras cosas el colapso del sistema comunista y de la Unión Soviética así como el afianzamiento en China de un sistema político neocomunista dentro del marco de una economía de capitalismo real con altísimas tasas de crecimiento iba a dar lugar a este “nuevo” sistema internacional híbrido del presente que, aunque sigue estando marcado por la unipolaridad del poderío militar norteamericano, avanza crecientemente hacia una multipolaridad cada vez más clara, tanto con la emergencia de países como Brasil, la India y China o el restablecimiento del poderío de Rusia como por el afianzamiento de la Unión Europea y el surgimiento de nuevos grupos, como el G20 y el mismo G8 que últimamente se ha venido reuniendo con “invitados especiales”.

En otras palabras, el mundo del siglo XXI ha evolucionado de tal forma que, si bien es cierto que frente a peligros como la proliferación nuclear la única potencia en capacidad de enfrentar estos peligros sigue siendo Washington (y en esa medida el mundo contemporáneo es esencialmente unipolar pues sólo la potencia americana se encuentra en capacidad de negociar desde posiciones de fuerza con potencias emergentes como Corea del Norte, Irán o el mismo Pakistán) también lo es que en lo que concierne al terreno no militar la complejidad propia de la era de la globalización determinada no sólo la existencia de múltiples centros de poder económico y comercial sino que demanda, de manera creciente, la cooperación de todos esos centros para enfrentar problemas comunes, como se ha podido constatar con la crisis financiera de los años 2008 y 2009.

Y qué decir del terrorismo como fenómeno a escala mundial que no sólo ha sido facilitado por la globalización sino que pareciera confirmar las teorías de académicos como Samuel Huntington, quien hace ya más de una década escribió su trabajo sobre el “choque de civilizaciones” en el cual –como recordamos- sostiene que las confrontaciones ideológicas del siglo XX serían sustituidas por antagonismos del tipo cultural y religioso.

En efecto, en los últimos años el mundo se ha visto sacudido por atentados terroristas de gravedad y dimensiones nunca antes vistas, atentados provenientes de grupos islamistas radicales que van desde los ataques terroristas de Bin Laden contra Washington y Nueva York en el 2001 o los no menos sangrientos atentados posteriores de Londres, Madrid, Argel, Marruecos, Bali, etc. Hasta las reacciones violentas o las protestas en las ciudades de los países musulmanes contra cuestiones diversas, tales como las reflexiones académicas del papa Benedicto XVI o las caricaturas sobre el Islam que fueron publicadas en la prensa danesa por citar un par de ejemplos.

Si a este tipo de atentados terroristas o protestas le añadiéramos los conflictos en el Oriente Medio o las guerras en Irak y Afganistán todo contribuye a pensar que Huntington podría haber tenido realmente una visión profética a principios de la década de los noventa y que, en consecuencia, estaríamos viviendo ya su tan anunciado choque de civilizaciones. Cierto o no lo anterior –pues dejamos a los científicos contemporáneos la tarea de escudriñar lo que realmente ocurre- lo que sí debería tenerse presente, en todo caso, es la necesidad de recurrir al diálogo de civilizaciones –conforme al procedimiento puesto en marcha por las Naciones Unidas- y que de toda evidencia se impone para poder desmontar las confrontaciones que se han venido dando entre Occidente y el Oriente musulmán.

Insistimos pues en la necesidad de la negociación y del diálogo –como afortunadamente ya ha sido reafirmado por la nueva administración del Presidente Obama y su Secretaria de Estado, la señora Clinton- ya que habría que reconocer que, como ha sucedido en un pasado reciente, aún las peores situaciones de conflicto vividas durante la época de la guerra fría pudieron desmontarse gracias al recurso a las negociaciones y el diálogo directo entre las grandes potencias.

Recordemos así brevemente que, desde la crisis de los misiles instalados en Cuba en 1962, pasando por la guerra de Vietnam, el conflicto del medio oriente o la invasión soviética de Afganistán para mencionar algunas coyunturas históricas en las cuales se estuvo a punto de llegar a una “guerra caliente”, lo cierto es que la guerra fría terminó sin que se produjera la temida confrontación nuclear en buena medida gracias a los acuerdos que se lograron por la vía de la negociación tanto en materia de control y reducción de armamentos tácticos y estratégicos (SALT; INF; START) y también entendimientos obtenidos durante la distensión de los años setenta –gracias a Kissinger recordemos los acuerdos de Helsinki que dieron origen a la OSCE- y que fueron mejorados en los ochenta durante el régimen de Gorbachov en la URSS y Reagan en Estados Unidos.

En otras palabras, si bien es cierto que el sistema comunista colapsó por sí solo, incapaz de competir con el modelo occidental basado en la democracia, los derechos humanos y la economía de mercado, también es cierto que fue necesaria una comunicación y negociación permanente entre las grandes potencias, pues aun cuando se mantenían confrontaciones “de teatro” en diferentes partes del mundo hay que tener presente que fue dicha comunicación y diálogo bilateral lo que permitió el logro de acuerdos que finalmente hicieron posible una salida pacífica para una situación de bipolaridad extremadamente peligrosa, pues el armamento nuclear de ambas potencias mantenía suspendida una espada de Damocles atómica sobre el planeta entero.

Así que, tomando en cuenta estos elementos de juicio, no vemos porque una salida pacífica, negociada, a las múltiples y complejas confrontaciones con el mundo islámico no podrían aplicarse de manera similar, es decir, utilizando los caminos del entendimiento y del diálogo sobre todo si se tiene en cuenta que hasta ahora los resultados de la respuesta norteamericana a lo que se dio en llamar –durante la era Bush- la “guerra contra el terrorismo” son bastante limitados y frustrantes, por decir lo menos.

Por ejemplo, es lamentable que la administración Bush haya abandonado el decidido apoyo que se le otorgó –durante el gobierno del presidente Clinton- a las negociaciones de paz en el medio oriente que estuvieron a punto de lograr un acuerdo de paz definitivo a fines de los noventa. Si a ello le sumamos que los halcones del Pentágono en ese entonces (Rumsfeld y Cheney principalmente) se dedicaron a atizar el fuego de lo que siempre ha sido visto –en aquella parte del mundo- como una confrontación de Occidente con los musulmanes en su conjunto, manteniendo una política de alineamiento con Israel, fuerzas militares de la OTAN en Afganistán, la invasión de Irak en el 2003 y la posterior ocupación de facto de ese país, fácil es darse cuenta que Bush hizo exactamente lo opuesto de lo que hubiese sido aconsejable para disminuir la intensidad de los conflictos, obteniendo así no sólo un agravamiento de las tensiones regionales y un incremento terrorismo y de la inseguridad mundial sino también –en el colmo de las paradojas y de los resultados “no deseados” de tanta política equivocada- el fortalecimiento de potencias como Irán y la misma Siria así como, casi “Naturalmente”, la imposibilidad de destruir Al Qaeda o de capturar a Bin Laden, responsable de los atentados del 11 de septiembre y quien todavía permanece oculto, a buen recaudo en las regiones tribales de la anárquica y turbulenta frontera afgano-pakistaní.

Por otra parte, cambiando de enfoque y de región geográfica y tratando de ubicarnos en un subcontinente que no ha sufrido los tormentos de la guerra –o al menos no como estos se ha vivido en el medio oriente o en los Balcanes- ¿qué podríamos haber dicho en nuestro libro acerca de América Latina a la luz de la experiencia vivida en estos últimos años?

Hay que recordar entonces que, a principios de la década de los noventa la mayor parte de nuestros países se empeñaban todavía en consolidar sus democracias y en darle un renovado impulso a las políticas de desarrollo. Países como los centroamericanos recién salían (El Salvador, Nicaragua) de un cruento conflicto armado y pese a que en Guatemala todavía nos faltaban algunos años para la firma de los Acuerdos de Paz (1996), esto finalmente se logró gracias –en buena medida- al apoyo otorgado por la comunidad internacional y a la mediación de Naciones Unidas. En América del Sur países como Argentina, Chile, Brasil, Uruguay, Paraguay o Bolivia, habían sufrido gobiernos militares en las décadas anteriores y se esforzaban por darle consistencia y viabilidad al sistema democrático.

Así que, a casi veinte años después de la primera edición de este libro, creemos que hay razones para mirar hacia el futuro con optimismo pues terminadas las dictaduras militares, las violaciones sistemáticas de los derechos humanos y los conflictos que ensangrentaron a muchos de nuestros países, las perspectivas de América Latina, tanto en lo que se refiere al desarrollo político como la consolidación de la democracia y la paz así como en lo relativo al plano económico-social (mantener el crecimiento, abatir la pobreza) y de los procesos de integración regional son bastante positivas ya que vista de la manera como han venido funcionando nuestros regímenes democráticos, el mejoramiento del desarrollo humano y de los procesos de integración (SICA, UNASUR) puede deducirse que el subcontinente marcha por buen camino.

Por cierto, conviene señalar que, en todo aquello que concierne a la democracia y a los procesos de democratización, a pesar del “desencanto” con la misma proveniente de los sectores de población a quienes el Estado no ha sido capaz de satisfacer en sus múltiples demandas de carácter social (como lo demuestra una reciente investigación del PNUD) puede decirse que los regímenes democráticos se fortalecen, en un proceso lento, lleno de altibajos y dificultades, pero de cuya progresión y mejoramiento no se puede dudar, pues aún en países en donde –por las características propias de cierto tipo de liderazgos como Venezuela o Bolivia- la oposición rechaza el “populismo” de lideres como Chávez o las reformas constitucionales que reducen el poder de las elites regionales como ha hecho Evo Morales en Bolivia, hasta ahora el sistema democrático se ha venido consolidando.

Y lo mismo puede decirse de países como México en donde han sido los sectores de izquierda quienes se han sentido defraudados por la derrota electoral de un candidato como Andrés Manuel López Obrador por muy estrechos márgenes electorales. Por otra parte, en países como Paraguay y de manera reciente en El Salvador ha sido la oposición de izquierda la que ha triunfado en las justas electorales lo que nos permite afirmar que la legitimidad de la democracia y de los procedimientos democráticos para la elección y recambio de los equipos de gobierno no se encuentra más en tela de juicio. Con la notable excepción cubana que merece un análisis por separado que no estamos en condiciones de hacer en estas breves líneas, América Latina ha salido pues de las tan llevadas y traídas “transiciones” para instalarnos en los proceso de consolidación democrática.

Queda empero por revisar el tema del desarrollo social y humano que si bien merece en nuestro libro un capítulo bastante extenso, casi veinte años después todavía aparece como “pendiente” o con “resultados desiguales” en la agenda latinoamericana aunque de nuevo con la excepción cubana que marca una diferencia –esta vez de naturaleza positiva- dado el mayor grado de desarrollo social de la isla caribeña respecto al resto del subcontinente.

Es cierto que hay países como Chile que han obtenido logros notables en materia social –por ejemplo, durante los sucesivos gobiernos de la Concertación se ha logrado disminuir la pobreza desde un 40% al principio de los noventa hasta el 19% durante el gobierno actual de la presidenta Michèlle Bachelet- pero en la mayor parte de nuestras naciones la efectividad de las políticas sociales deja mucho que desear, y esto a pesar de los notables esfuerzos que se han venido haciendo en el Brasil de Lula, de manera bastante consistente, o en la Venezuela de Chávez gracias a los recursos provenientes de la renta petrolera.

Finalmente ¿qué decir de situaciones nuevas en el escenario internacional –que no se presentaban todavía en le época que este libro fue escrito- cómo el proceso de integración europeo, que de seis países fundadores en los años sesenta ha pasado a tener veintisiete miembros y que de un mercado común inicial posee ahora toda una institucionalidad política y económica?

A nuestro juicio, lo más importante a señalar en este terreno es que su proceso de integración debería marcar un camino a seguir por nuestros países latinoamericanos no sólo como medio para fortalecer su institucionalidad democrática sino sobre todo como camino hacia el desarrollo social y human

Aunque en nuestro texto se hace referencia a la teoría de la integración, creemos importante recordar que más que en términos teóricos es en términos prácticos, reales, que Europa ha demostrado las virtudes y las ventajas de la integración: desde sacar del atolladero del subdesarrollo a países como España, Portugal o Grecia hasta “encantar” (literalmente) a los antiguos países de la Europa comunista que no vacilaron en tocar las puertas de la Unión, y esto sin olvidar a muchos como Turquía, Ucrania o los países de la ex Yugoslavia (Croacia, Servia, Bosnia, Montenegro, Macedonia y el Kosovo) todos ellos candidatos y para los cuales, sin lugar a dudas, el ingreso a la Unión no sólo sería un vehiculo para el desarrollo y la consolidación democrática sino –sobre todo- un medio para garantizar la paz y evitar nuevas guerras.

Estamos convencidos pues que en ésta era de la globalización la integración es el mejor camino para salir del atolladero del “mal desarrollo” y de los conflictos de todo tipo que nos han agobiado durante tanto tiempo, pero que hay que abordarla como lo hicieron en Europa, es decir, partir de una base económica para después avanzar hacia la integración social y político institucional, fórmula que además es la más adecuada para garantizar ese otro gran logro de la integración europea que es el establecimiento de una verdadera paz firme y duradera (como, en su época, pregonaba el slogan de nuestros propios proceso de paz centroamericanos) en un continente que, no lo olvidemos, estuvo acostumbrado a asolar al planeta entero con sus continuas contiendas bélicas.

Para concluir, reiteramos nuestra convicción acerca de que los procesos de integración –entendidos de la manera como los mismos han dado sus frutos en Europa- no sólo debe ser la senda del desarrollo sostenible y humano sino también el verdadero camino para la construcción de la paz y la profundización de la democracia Latinoamérica.

Santiago de Chile, marzo 2009


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